Reseña Cómic: El imperio de Trigan
Editorial: Don Lawrence Collection
Año: 2008
Guion: Mike Butterworth
Dibujo: Don Lawrence
Reseña: Alfredo Illescas
Corrección: San Mai
Cuando el género de la ciencia ficción va de la mano de la historia, suele dar a luz obras impresionantes. Un ejemplo paradigmático es la serie Fundación, de Isaac Asimov, inspirada en la caída del Imperio romano y con la que el autor nos proyecta a un futuro en el espacio, donde un genio matemático inventa la psicohistoria, una forma sofisticada de hacer pronósticos con los que se pueden alterar el mañana si se conocen sus proyecciones con la suficiente antelación.
Considerada como la Trilogía Estelar, ésta motivó a muchos jóvenes escritores a plantear sus argumentos con bases objetivo-científicas, asépticas y estadísticas; después de todo, muchos de los grandes del género fueron científicos: el propio Asimov, profesor de Bioquímica de la universidad de Boston, Robert A. Heinlein, ingeniero aeronáutico, Arthur C. Clarke, diseñador del satélite geoestacionario, John Campbell, ingeniero eléctrico (y reinventor del género de ciencia-ficción en Norteamérica) y Leo Szilard, uno de los promotores del proyecto Manhattan donde se desarrolló la bomba atómica
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Pero, ¿qué ocurre cuando el binomio ciencia ficción-historia se traslada a la novela gráfica? Pues surgen obras como la serie El Imperio de Trigan, escrita por Michael Mike Butterworth (1924-86), graduado en arte (y por ello hábil como escritor y principios gráficos), y dibujada por Donald Southam Lawrence (1928-2003), un artista de demostrado talento en la composición y uso del color, quien también participó de la redacción de los guiones. Una magna obra que forma parte de la generosa colección de Arsenio desde hace muy poco tiempo y que merece estar en la lista de “lecturas obligatorias antes de morir”.
La obra que proponen Butterworth y Lawrence entretiene y presenta una moral clásica, correspondiente a la era post-atómica y que explora universos alternativos, muy al estilo de la producción británica. Su andadura se inició a mitad de la década de 1960, cuando Butterworth alcanzó su madurez productiva, la cual conservó hasta su muerte. Se sitúa en Trigan, la ciudad capital de las cinco colinas (referencia poco discreta a la Roma de las siete colinas), donde sus ciudadanos se visten con togas mientras sus ejércitos utilizan armaduras. La ciudad-imperio mantiene un conflicto con la inefable Hericon, cuyos detalles descriptivos nos recuerdan al Imperio bizantino persa en su cultura y vestimenta. En nuestra realidad actual, resulta una protometáfora a la tensa relación USA de Trump con el Irán de los ayatolás.
La obra juega y traslada a sus páginas las preocupaciones de su tiempo (los años 1960), pero “maquillándolas” a través de ese instrumento tan interesante como es la ficción a través de dimensiones paralelas, donde la ciencia influye en una tecnología que mezcla espadas con armas de rayos láser: la Guerra Fría, la conquista espacial… El mundo de Trigan es un calco del nuestro en lo moral y así se escribe desde las primeras páginas, con una civilización adquiere un gran conocimiento tecnológico en casi un suspiro. Es obvio su simbolismo codificado: individualidad sobre la colectividad, tecnología compitiendo con la brutalidad y la alienación propias de ambos planos como proyección hacia un posible futuro, etc.
El Imperio de Trigan es un título imprescindible para adentrarnos en el género de la ciencia ficción desde puertos donde el grafismo se aúna con la literatura para advertirnos sobre el futuro.
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